La grisalla (del francés grisaille)[1] es una técnica pictórica basada en una pintura monocroma que produce la sensación de ser un relieve escultórico. Fue puesta de moda por diversos pintores en el siglo XIV, quienes la emplearon en bocetos y dibujos preparatorios para lograr un efecto de relieve mediante un claroscuro muy matizado, haciendo diversas gradaciones de un solo color, generalmente gris o amarillo oscuro, buscando un color lo más cercano posible al de la piedra.
Asimismo, también es un procedimiento de pintura policroma, con la particularidad de que divide el proceso de trabajo en dos fases diferenciadas, tratando por separado la forma y el color. Esta variante ha sido uno de los métodos predilectos de los pintores desde la Edad Media hasta el siglo XVII.[2]