El heteropatriarcado (acrónimo de heterosexualidad y patriarcado) es una concepción abstracta que se utiliza para referirse a un sistema sociopolítico en el que el hombre y la heterosexualidad tienen supremacía sobre otros géneros y sobre otras orientaciones sexuales. Se trata de un término que enfatiza que la discriminación ejercida tanto sobre las mujeres como sobre las personas LGBTI tiene el mismo principio social machista.[1][2][3][4][5]
Desde la visión feminista, el término patriarcado hace alusión al padre como poseedor del poder dentro de la jerarquía familiar, y por ende, a la subordinación de las mujeres al poder de los hombres. Con la aparición de la teoría queer entre los años 1980 y 1990 y el cuestionamiento de la heterosexualidad obligatoria y del binarismo de género, esta dominación no solamente se describe en términos de sexo o de género (el predominio del hombre sobre la mujer, o lo masculino sobre lo femenino) sino también en términos de sexualidad (la heteronormatividad, o lo heterosexual, por encima de otras orientaciones sexuales y el cisgénero sobre otras identidades).[1][3][6]
El heteropatriarcado es un sistema de dominancia social en el que los hombres heterosexuales están privilegiados y se les recompensa de manera rutinaria por presentar rasgos masculinos, entre los que se incluye el deseo hacia las mujeres. De manera inversa, las mujeres, las personas que exhiben rasgos considerados femeninos o aquellas que transgreden las características socialmente vinculados a su sexo reciben una desventaja social jerárquicamente inferior a la posición masculina. Históricamente esto se manifiesta en desventajas económicas y sociales como diferencias salariales por el mismo trabajo u obstáculos para alcanzar puestos de liderazgo de mujeres u hombres percibidos como afeminados.[7][8][9]
El heteropatriarcado es una de las facetas de análisis feministas interseccionales usados para explicar la estructura social moderna, basada en un sistema jerárquico de fuerzas de poder y opresión entrelazadas. Esta organización está reforzada por las normas de género, que adscriben rasgos de feminidad y masculinidad a mujeres y hombres. Otra de las bases de esta normalización es la familia nuclear como modelo de la unidad familiar típica que dicta la necesidad de dos padres heterosexuales con la capacidad de producir descendencia. Este modelo familiar se refuerza a través de distintas instituciones sociales como la religión, la educación o el ámbito laboral.[8][10]