El montanismo fue un movimiento que se produjo en el interior de las comunidades cristianas primitivas, como un esfuerzo para revalidar las realidades pneumáticas y escatológicas de los primeros tiempos de la Iglesia. Se trataba de un «movimiento reavivador», como sería llamado posteriormente.
Es interesante, desde un punto de vista de la protogénesis doctrinal de este movimiento, que el escritor y apóstol de la Iglesia cristiana primitiva siglo I Pablo de Tarso ya mencionó en su Segunda Epístola a los Tesalonicenses, redactada en torno al año 51 D.C. en el capítulo 2 [1] que entre los cristianos de mediados del primer siglo, ya se estaba desarrollando cierta tendencia doctrinal, contra la que el apóstol advirtió con fuerza y califica de "engaño", según la cual algunos falsos cristianos estarían anunciando la inminencia del Segundo Advenimiento del Señor : "2 Pero con respecto a la venida de nuestro Señor Jesucristo, y nuestra reunión con él, os rogamos, hermanos, 2 que no os dejéis mover fácilmente de vuestro modo de pensar, ni os conturbéis, ni por espíritu, ni por palabra, ni por carta como si fuera nuestra, en el sentido de que el día del Señor está cerca. 3 Nadie os engañe en ninguna manera; porque no vendrá sin que antes venga la apostasía, y se manifieste el hombre de pecado, el hijo de perdición..."
Así que, según el texto de esta epístola canónica, la doctrina fundamental del movimiento se habría originado ya unos 100 años antes de que Montano la retomara.
El conocimiento que se tiene de este movimiento se funda en el testimonio de los autores cristianos, como Eusebio de Cesarea, Epifanio, Clemente de Alejandría, Orígenes e Hipólito. De mayor importancia es, sin embargo, una fuente original en los escritos de Tertuliano, que se adhirió al montanismo hacia el final de su vida.