María, la madre de Jesús, recibió desde los primeros siglos una veneración especial, cuya conexión sincrética con las representaciones iconográficas de las diosas madre mediterráneas se ha sugerido que contribuyó de forma importante a la difusión del cristianismo y su éxito popular (aunque es un tema controvertido);[7] muy extendida en Oriente (arte bizantino -con la excepción del periodo iconoclasta-) y que se intensificó especialmente en Occidente a partir del siglo XII (tres santos responsables de esta devoción: San Bernardo, San Francisco de Asís y San Antonio de Padua, serán muy representados junto a la Virgen).[8] Como reacción a la Reforma protestante (que relativiza el papel de la Virgen), el catolicismo intensificó la devoción mariana y las representaciones artísticas de la Virgen, que en todo caso debían ceñirse a los cánones dispuestos en el Concilio de Trento.
↑. La Virgen orante o Virgen rezando es una de las formas más habituales de representación de la Virgen. La forma de hacerlo, en cambio, varía: en las primeras representaciones, con las convenciones propias de la pintura bizantina (Platytera, Blacherniotisia o Blachernitissia), la oración se hace con las manos abiertas; en Occidente, en cambio, es juntando las palmas de las manos, o entrelazando los dedos. A veces el tema se titula Adoración. En otras iconografías, la posición de las manos también puede ser indicativa, como cruzarlas sobre el pecho.