El liberalismo es una doctrina política, social y económica. En el ámbito de lo social defiende la libertad individual, la igualdad ante la ley y la limitación de los poderes del Estado. En lo económico propugna la iniciativa privada y el libre mercado. Como actitud vital propone la tolerancia.[1]
Representa corrientes muy heterogéneas, con muchas formas y tipos de liberalismo, pero en general defiende el Estado laico; los derechos individuales —como el derecho de propiedad, la libertad de asociación, la libertad de culto y la libertad de expresión—; el libre mercado o capitalismo; la igualdad ante la ley de todo individuo sin distinción de sexo, orientación sexual, raza, etnia, origen o condición social; y el Estado de derecho o imperio de la ley al que deben someterse los gobernantes.[2]
El liberalismo contemporáneo surgió en la Ilustración y se popularizó rápidamente entre muchos filósofos y economistas europeos y más tarde en la sociedad en general, especialmente entre la burguesía. Los liberales buscaban eliminar la monarquía absoluta, los títulos nobiliarios, la confesionalidad del Estado y el derecho divino de los reyes. Por otra parte, pretendía fundar un nuevo sistema político basado en la democracia representativa y el Estado de derecho.
Surge como contrario al conservadurismo. En este contexto histórico, el liberalismo se referiría a aquellos que abogaban por cambios significativos en el orden político y social establecido. Ideas como la expansión de los derechos y libertades individuales, la igualdad ante la ley y la participación más amplia en el proceso político, primaron en la sociedad.
Es importante recordar que los términos y las ideologías políticas pueden evolucionar y cambiar significativamente a lo largo del tiempo. En ese periodo específico, el contrapunto al conservadurismo habría sido una forma de liberalismo que buscaba reformas sustanciales en el sistema político y social.
Los liberales acabaron con las políticas mercantilistas y las barreras al comercio, promoviendo el comercio libre y la libertad de mercado. Los líderes de la Revolución francesa y la Revolución americana se sirvieron de la filosofía liberal para defender la rebelión contra la monarquía absoluta. En el siglo XX, el fascismo y el comunismo fueron ideologías populares que se oponían abiertamente al liberalismo y lo opacaron durante el siglo, también surgieron otras ideologías que se plantearon como una vía intermedia entre el liberalismo y el estatismo.
Los liberales tienen varias ramificaciones. Las ideas del liberalismo clásico de los siglos XVII al XIX —el adjetivo «clásico» fue agregado a posteriori por teóricos políticos luego del declive a finales del siglo XIX de este liberalismo de libertades individuales y economía de libre mercado— fueron recuperadas y repensadas en el siglo XX por los libertarios,[3][4] quienes están presentes principalmente en los Estados Unidos[4] y el resto de América.[5][6][7] En Europa, los llamados liberal-conservadores, que se llaman así por abogar por reformas menos moderadas, suelen ser una de las ramas menos notables.[8] También se ha señalado una divergencia entre las tradiciones liberales anglosajona y francesa; el liberalismo anglosajón pretende limitar el poder del Estado, mientras que el liberalismo francés pretende un Estado fuerte que garantice la igualdad ante la ley y la eliminación de los privilegios.[9]
Freeden establece un territorio común que todos los liberalismos, al menos en teoría, deberían compartir. “¿Cuáles son las ideas que, independientemente de su posición espacial o de su peso relativo dentro de cada manifestación del liberalismo, se pueden encontrar en todos los liberalismos?”. Freeden señala siete: las nociones de libertad, racionalidad, individualidad, la creencia en el progreso, la sociabilidad (la idea de que, más allá del individualismo, somos interdependientes los unos de los otros), el apego a los universales humanos (hay derechos y rasgos que conciernen a todos, sea cual sea nuestra religión, nacionalidad, etnia o cultura) y la necesidad de limitar el poder.