El arrianismo (griego: Ἀρειανισμός, Areianismós) es una doctrina cristológica de carácter unitaria atribuida al presbítero y teólogo de origen alejandrino Arrio (ca. 256-336). Sostiene que Jesucristo es el Hijo de Dios, procedente del Padre, pero no eterno, sino engendrado por el Padre antes que Dios creara el tiempo. De esta manera, Jesús no sería coeterno con Dios Padre, si bien habría empezado a existir fuera del tiempo, en tanto el tiempo aplica solamente a las creaciones de Dios. Hay que destacar que los arrianos no se denominaban a sí mismos de esta manera, y se trata de un término empleado por los autodenominados ortodoxos.
Una forma extrema de esta doctrina es la propuesta por Aecio y su discípulo Eunomio, el llamado heterousianismo, en la que se sostenía la total disimilitud entre el Hijo y el Padre. El arrianismo sostiene que el Hijo es distinto del Padre y por tanto subordinado a este. La naturaleza de las enseñanzas de Arrio y sus seguidores se oponían fuertemente a las doctrinas teológicas homoousianistas con respecto a la naturaleza de la Santísima Trinidad y la naturaleza de Cristo.
El arrianismo tuvo una importante difusión en el Imperio romano de Occidente, estando protegido por algunos emperadores, y entre algunos de los pueblos germánicos que lo invadieron en el siglo V. En los reinos romano-germánicos la adopción del arrianismo por parte de los germanos marcó la principal diferencia entre estos y los romanos.
Existió una gran controversia entre las interpretaciones homoousianistas y arrianas de la divinidad de Jesús, basada en la ortodoxia teológica de la época, una trinitaria y la otra derivada de la ortodoxia trinitaria, y las dos interpretaciones intentaron resolver sus respectivos dilemas teológicos. La perspectiva homoosuianista (o consubstancialista) fue afirmada formalmente por los dos primeros concilios ecuménicos. Desde entonces, el arrianismo ha sido condenado como «la herejía o secta de Arrio». Como tal, todas las ramas del cristianismo dominante consideran actualmente al arrianismo como heterodoxo y herético. Las doctrinas homoousianistas fueron defendidas vigorosamente por el patriarca Atanasio de Alejandría, quien insistía en que Jesús, el Hijo de Dios, era «igual en esencia» a Dios Padre. Arrio, en cambio, afirmaba que «Si el Padre engendró al Hijo, entonces el engendrado tuvo un comienzo de existencia, y como se sigue de esto hubo un tiempo en que el Hijo no fue».
La cristología arriana sostiene que el Hijo de Dios no existió siempre, sino que fue engendrado por Dios Padre antes del tiempo. Esta creencia se basa en varios textos bíblicos, pero especialmente en un párrafo del Evangelio según san Juan[1] donde Jesús declara:
Habéis escuchado que os he dicho: «Me voy y vuelvo a vosotros». Si me amarais os alegraríais de que vaya al Padre, porque el Padre es mayor que yo.Evangelio según san Juan 14:28 (Versión Biblia de Navarra)
El Primer Concilio de Nicea de 325 consideró que las doctrinas arrianas eran heréticas, en tanto que el Primer Sínodo de Tiro, en 335, exoneró a Arrio.[2] Tras su muerte, fue anatemizado de nuevo y declarado herético otra vez en el Primer Concilio de Constantinopla de 381.[3] Los emperadores romanos Constancio II (337-361) y Valente (364-378) fueron arrianos o cercanos al arrianismo.
Según Everett Ferguson, «La inmensa mayoría de cristianos no tenían opiniones claras sobre la naturaleza de la Trinidad y no entendían lo que estaba en juego en los asuntos que rodeaban esto».[4]
El término arrianismo se usa también para referirse a otros sistemas teológicos no trinitarios del siglo IV, que consideraban a Jesucristo —el Hijo de Dios, el Logos— como una criatura engendrada de una sustancia similar pero no idéntica a la del Padre o como ni creado ni no creado en sentido en que otros seres son creados (p. ej., el semiarrianismo antes mencionado).