El buen salvaje, noble salvaje, o mito del buen salvaje es un lugar común o tópico en la literatura y el pensamiento europeo de la Edad Moderna, que nace con el contacto con las poblaciones indígenas de América, África y, más tarde, Oceanía. Este mito, aún hoy, forma parte del imaginario de muchas personas sobre la relación entre los pueblos «civilizados» y los «primitivos», pese a haber sido ampliamente desacreditado y se relaciona con el mito de la Edad de oro creado en la Antigua Grecia y mencionado por primera vez por el poeta Hesíodo.[1]
La idea del buen salvaje recoge la creencia de que los seres humanos, en su estado natural, son desinteresados, pacíficos y tranquilos, y que males como la codicia, la ansiedad y la violencia son producto de la civilización. En 1755, Rousseau escribía: "Algunos se han apresurado a concluir que el hombre es naturalmente cruel y que hay necesidad de organización para dulcificarlo, cuando nada hay tan dulce como él en su estado primitivo, cuando [la naturaleza lo ha colocado] a igual distancia de la estupidez de los brutos y de las luces funestas del hombre civilizado [...]".[2] Esta idea la expresa el mismo Rousseau en la frase «el hombre nace bueno y la sociedad lo corrompe».
Hasta el descubrimiento de América, para los intelectuales de la época los indios salvajes se observan bajo las enseñanzas de Aristóteles en su obra Política, no siendo considerados más que «siervos por naturaleza», el encuentro con el Nuevo Mundo supuso un campo de investigación antropológico con conclusiones filosóficas.[3] Por tanto, los orígenes del mito del buen salvaje se sitúan[4] en la España del siglo XV y no a partir de Nicolás Gueudeville, de Rousseau o del pensamiento francés revolucionario del siglo XVIII, como aparece en diversas obras. El concepto surge ya desde la primera Bula Inter caetera, donde se considera a los nativos como aptos para recibir la fe católica y tiene continuidad formulando el mito en las Décadas de Orbe Novo (1493-1522) de Pedro Mártir de Anglería, primera Historia General de las Indias, donde entre los hechos se recogen referencias directas en los pensamientos de los descubridores. Concretamente en la primera Década, Libro III, se hace la descripción del «filósofo desnudo», un «salvaje» de la isla de Cuba que expone a Diego de Colón los principios fundamentales que él mismo ha aprendido de su contacto con la naturaleza.