El cociente intelectual (abreviado CI; y a veces, aunque aceptado por la RAE, erróneamente llamado «coeficiente intelectual»)[1] es un estimador de la inteligencia general, resultado de alguno de los tests estandarizados diseñados para este fin.
Algunos autores como el neurocientífico Adam Hampshire considera que el cerebro humano es lo suficientemente complejo como para medir la inteligencia con un único factor,[2] sin embargo otros autores consideran que éstas pruebas tienen un gran valor predictivo en términos de rendimiento académico o laboral.[3] El paleontólogo e historiador de la ciencia y ex-catedrático de zoología por la Universidad de Harvard, Stephen Jay Gould, cuestionaría los métodos y motivaciones tras los cuales solían fundamentarse las pruebas de inteligencia estandarizadas en su obra La falsa medida del hombre, argumentando la existencia de al menos dos falacias siempre presentes: la cosificación y la tendencia a ordenar en escalas ascendentes variables muy complejas,[4] sumado a un sesgo histórico presente dentro de la Antropología biológica en el trabajo de diversos autores, cuyas investigaciones y conclusiones solían basarse en prejuicios.[5] Además expuso la estrecha y aún presente influencia de la visión determinista-biológica que se tenía sobre las personas relacionada con su inteligencia particular,[6]como también el uso de la craneometría en los primeros intentos de predecir los rasgos de un individuo con base en las medidas de su cráneo.[7] Es a partir de esta idea en donde emerge la posibilidad de cuantificación de una abstracción como bien lo puede ser la inteligencia, varios años antes de la invención del cociente intelectual. Recientemente el ensayista y escritor Nassim Taleb, quien también considera el CI como un ejemplo de pseudociencia, negó su validez estadística en una revista informal.[8]
Como respuesta parcial a estas críticas, las pruebas de inteligencia suelen ser más complejas y aportan otros estimadores, aparte del CI, que es necesario valorar. En un principio, el CI se obtenía dividiendo la edad mental de una persona (obtenida tras la realización de pruebas o test no estandarizados) entre su edad cronológica y multiplicando el resultado por 100. Sin embargo, en la segunda mitad del siglo XX este método fue sustituido por el diseño de pruebas estandarizadas que arrojaban directamente la puntuación de este estimador.
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