Hepatitis C | ||
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Electron Microscopy of HCV | ||
Especialidad | infectología | |
Complicaciones | hepatocarcinoma | |
La hepatitis C es una enfermedad infecciosa que afecta principalmente al hígado y es causada por el virus de la hepatitis C (VHC).[1] La infección aguda es por lo general asintomática, pero la infección crónica puede producir lesión en el hígado y a la larga originar cirrosis. En algunos casos, los pacientes con cirrosis también presentan insuficiencia hepática, cáncer de hígado y varices esofágicas potencialmente fatales.[1]
La hepatitis C se contrae principalmente mediante el contacto con sangre contaminada asociado con el consumo de drogas por vía intravenosa, el uso de instrumental médico no esterilizado y las transfusiones de sangre no testadas previamente. Esta última vía actualmente ha desaparecido prácticamente en la mayor parte de los países por los controles exhaustivos sobre la sangre y hemoderivados. Se estima que entre 130 y 170 millones de personas en el mundo están infectadas con hepatitis C. En 2019 la OMS estimó que 71 millones de personas tenían hepatitis C crónica.[2]
La existencia de hepatitis C (originalmente «hepatitis no A no B»)[3] fue postulada en la década de 1970 y confirmada en 1989.[3]
El virus persiste en el hígado de forma crónica en alrededor del 85 por ciento de los pacientes infectados. Esta infección persistente puede tratarse con medicamentos: la terapia habitual para tratar la hepatitis C es una combinación de interferón pegilado y ribavirina, y en algunos casos se añaden telaprevir y boceprevir. En determinadas situaciones clínicas, puede añadirse sofosbuvir. En general, entre el 50 y el 80 por ciento de las personas que reciben tratamiento se curan. Algunas de las complicaciones de la hepatitis C a largo plazo son la cirrosis hepática y el cáncer de hígado, y como tratamiento puede ser necesario un trasplante de hígado. La hepatitis C es la causa principal de trasplante de hígado; sin embargo, el virus suele recurrir después del trasplante.[4] Hasta el 2015, no existía ninguna vacuna preventiva frente a la hepatitis C, por lo cual para evitarla es imprescindible seguir las medidas de profilaxis recomendadas; entre ellas, no compartir agujas (consumo de sustancias adictivas) y utilizar preservativo en las relaciones sexuales.[5]
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