El Imperio otomano (en turco: Osmanlı İmparatorluğu o Osmanlı Devleti), oficialmente el Sublime Estado Otomano (en turco otomano: دولت عالیه عثمانیه, romanizado: Devlet-i Aliyye-i Osmâniyye), fue un Estado multiétnico gobernado por la dinastía osmanlí. Era conocido como el Imperio turco por sus contemporáneos, aunque los gobernantes osmanlíes jamás utilizaron ese nombre para referirse a su Estado.
El Imperio otomano comenzó siendo uno más de los pequeños estados turcos que surgieron en la península de Asia Menor durante la decadencia del Imperio turco selyúcida. Los turcos otomanos fueron controlando paulatinamente a los demás estados turcos, sobrevivieron a las invasiones mongolas y bajo el reinado de Mehmed II (1451-1481) acabaron con lo que quedaba del Imperio bizantino. La primera fase de la expansión otomana tuvo lugar bajo el gobierno de Osmán I (1288-1326) y siguió en los reinados de Orhan I, Murad I y Bayezid I, a expensas de los territorios del Imperio bizantino, Bulgaria y Serbia. La ciudad de Bursa cayó bajo su dominio en 1326 y Adrianópolis en 1361. Las victorias otomanas en la península de los Balcanes alertaron a Europa Occidental sobre el peligro que este Imperio representaba y fueron el motivo central de la organización de la Cruzada de Segismundo de Hungría. El sitio que pusieron los otomanos a Constantinopla fue roto gracias a Tamerlán, caudillo de los mongoles, quien tomó prisionero a Beyazid en 1402, pero el control mongol sobre los otomanos duró muy poco. El Imperio otomano logró llevar a cabo la conquista de Constantinopla en 1453.
En su máximo esplendor, entre los siglos XVI y XVII se expandía por tres continentes, ya que controlaba una vasta parte de la península balcánica, de Oriente Próximo y del norte de África, y parte de Europa Central y Oriental: limitaba al oeste con el Sultanato de Marruecos, al este con Persia y el mar Caspio, al norte con el Zarato ruso, la Monarquía Habsburgo y la Mancomunidad de Polonia-Lituania, y al sur con Sudán, Eritrea, Somalia y el Emirato de Diriyah (Arabia). El Imperio otomano poseía 29 provincias, además de Moldavia, Transilvania, Valaquia y Crimea, que eran Estados vasallos.
El Imperio estuvo en el centro de las interacciones entre Oriente y Occidente durante seis siglos. Con Constantinopla como capital y el territorio que se conquistó bajo Solimán el Magnífico (r. 1520-1566) —aproximadamente correspondiente a las tierras gobernadas por Justiniano el Grande mil años antes, salvo las de Europa occidental—, el Imperio otomano era, en muchos aspectos, el sucesor islámico del Imperio Romano de Oriente. Numerosos rasgos y tradiciones culturales de estos (en campos como la arquitectura, la cocina, el ocio y el gobierno) fueron adoptados por los otomanos, quienes los elaboraron en nuevas formas. Estos rasgos culturales más tarde se mezclaron con las características de los grupos étnicos y religiosos que vivían dentro de los territorios otomanos y crearon una nueva y particular identidad cultural otomana.
Aunque en un tiempo se pensó que el Imperio otomano había entrado en un periodo de declive tras la muerte de Solimán el Magnífico en 1566, el consenso académico moderno postula que el Imperio siguió manteniendo una economía, una sociedad y un ejército flexibles y fuertes durante gran parte del siglo XVIII. No obstante, durante un largo periodo de paz entre 1740 y 1768, el sistema militar otomano se quedó rezagado con respecto al de sus principales rivales europeos, los imperios Habsburgo y ruso. En consecuencia, los otomanos sufrieron graves derrotas militares a finales del siglo XVIII y comienzos del XIX, que culminaron con la pérdida tanto de territorio como de prestigio mundial. Esto impulsó un amplio proceso de reforma y modernización conocido como Tanzimat; a lo largo del siglo XIX, el Estado otomano se hizo mucho más poderoso y organizado internamente, a pesar de sufrir nuevas pérdidas territoriales, especialmente en la península balcánica, donde varios territorios del Imperio se independizaron, creándose nuevos estados. Las sucesivas derrotas en guerras y el auge de los nacionalismos dentro del territorio llevaron al decaimiento del poder del imperio.
A partir de finales del siglo XIX, varios intelectuales otomanos intentaron liberalizar la sociedad y la política siguiendo las pautas europeas, lo que culminó en la Revolución de los Jóvenes Turcos de 1908, liderada por el Comité de Unión y Progreso (CUP), que estableció la Segunda Era Constitucional e introdujo elecciones competitivas multipartidistas bajo una monarquía constitucional. Sin embargo, tras las desastrosas Guerras de los Balcanes, el CUP se radicalizó y se volvió cada vez más nacionalista, liderando un golpe de Estado en 1913 que estableció un régimen de partido único. El CUP alió al imperio con Alemania, con la esperanza de escapar del aislamiento diplomático que había contribuido a sus recientes pérdidas territoriales, y de este modo, se unió a la Primera Guerra Mundial en el bando de las Potencias Centrales. Aunque el imperio pudo sostenerse en general durante el conflicto, tuvo dificultades enfrentando disidencia interna, especialmente la Rebelión árabe. Durante este periodo, el gobierno otomano cometió genocidio contra armenios, asirios y griegos.
Su participación en la Primera Guerra Mundial seguido con la ocupación de Constantinopla y el surgimiento de movimientos revolucionarios dentro de Turquía le dieron el golpe mortal y resultó en la partición del Imperio otomano, que perdió sus territorios del sur a manos del Reino Unido y Francia. El Imperio bajo la dirección de un sultán fue abolido el 1 de noviembre de 1922 y un año después, el califato. Los movimientos revolucionarios que lo habían derrocado se agruparon y fundaron el 29 de octubre de 1923 la República de Turquía,[10] poniendo fin formalmente al Imperio otomano.