La palabra infierno viene del latín inférnum o ínferus (por debajo de, lugar inferior, subterráneo), y está en relación con las palabra Seol (hebreo) y Hades (del griego). Según muchas religiones, es el lugar o estado donde después de la muerte son torturadas eternamente las almas de los pecadores. Es equivalente al Gehena del judaísmo, al Tártaro de la mitología griega, al Helheim según la mitología nórdica y al inframundo de otras religiones.
En la teología católica, el infierno es una de las cuatro postrimerías del hombre. El Catecismo de la Iglesia católica afirma su existencia y su eternidad, adonde «las almas de los que mueren en estado de pecado mortal descienden [...] inmediatamente después de la muerte» para sufrir las penas o "fuego eterno" (cuya pena principal sería «la separación eterna de Dios»).[1] Este Catecismo, publicado en 1997, aclara también que el infierno consistiría en un «estado de autoexclusión definitiva de la comunión con Dios y con los bienaventurados».[2] En la misma línea, el papa Juan Pablo II señaló que, más que un lugar, indica una situación propiciada por el alejamiento de Dios.[3] También el papa Francisco y teólogos contemporáneos lo consideran un estado de sufrimiento.[4][5]
En contraste con el infierno, otros lugares de existencia después de la muerte pueden ser neutros (por ejemplo, el Sheol judío), o felices (por ejemplo, el Cielo cristiano).