De acuerdo a la religión católica, un pecado serio, grave o mortal es la violación con pleno conocimiento y deliberado consentimiento de los mandamientos de Dios en una materia grave.[1]Se diferencia esencialmente del pecado venial en que este hay solamente ligera desviación del camino recto que conduce a Dios, mientras que en el mortal hay aversión o alejamiento real de Dios.[2]De acuerdo con el teólogo y moralista Antonio Royo Marín, el pecado mortal «es la transgresión voluntaria de la ley de Dios en materia grave».[2] En este sentido, siempre supone el alejamiento voluntario de Dios como fin último.
Un pecado mortal puede conducir a la condenación eterna si una persona no se arrepiente del pecado antes de la muerte. Se considera que un pecado es "mortal" cuando su calidad es tal que conduce a la muerte espiritual, que equivale a una separación de esa persona de la gracia salvadora de Dios. Tres condiciones deben cumplirse juntas para que un pecado sea mortal: «El pecado mortal es el pecado cuyo objeto es una materia grave y que también se comete con pleno conocimiento y consentimiento deliberado». Se podrían considerar como tales (si se cumplen las condiciones señaladas): el secuestro, el asesinato, el incesto, el robo, el adulterio, la violación, el aborto, el suicidio, entre otros.