El término domacio ha sido definido desde dos puntos de vista principalmente: el biológico y el morfológico. El primero los define como estructuras huecas formadas por las plantas, que sirven de abrigo a pequeños animales con los cuales viven en simbiosis(Schnell y F. Grout de Beaufort, 1966; en Solís, 1997),[1] o como transformaciones en la planta, adaptadas a la ocupación de huéspedes, animales o vegetales, que están al servicio del hospedante (Dottori, 1976).[2] Desde el punto de vista morfológico se definen como formaciones foliares que se encuentran sobre la cara abaxial de las hojas, en las axilas de las nervaduras o bien, en el borde del limbo de numerosas plantas leñosas, particularmente las que habitan bosques tropicales o subtropicales (Wilkinson, 1979; en Metcalfe and Chalk, 1979).[3] y de plantas de regiones frías; pues aún no han sido descritos en plantas de lugares secos (Metcalfe and Chalk, 1979)[4] Algunos autores restringen el término domacio solo a aquellas formaciones presentes en la lámina foliar (Jacobs, 1966; Robbrecht, 1988; Romero et al., 2015),[5] mientras que otros extienden el término a cavidades que se encuentran en tallos, espinas o pecíolos (Maschwitz et al., 1989; Tepe et al., 2007; Romero et al., 2015).[5] Para Blanco (2004),[6] los domacios son estructuras patológicamente iniciadas por insectos, pero menciona que para otros autores las consideran genéticamente determinadas y recalca que en la mayoría son estructuras no glandulares, pero en algunas especies como Anacarandium y en Tinospora glabra es común que presenten glándulas.