Se llama placentofagia a la conducta de comer la placenta y otros restos del parto, generalmente practicada por la madre al finalizar aquel.
Está presente en las hembras de la mayoría de especies de mamíferos placentarios, incluyendo los herbívoros. Las excepciones son el ser humano, los cetáceos, algunos pinnípedos, y los camélidos.[1] Se han planteado varias hipótesis para explicar esta conducta, algunas en términos evolutivos, como la ventaja que supone para eliminar eficazmente los indicios que podrían atraer depredadores al nido o al lugar del parto, evitar los riesgos de infecciones por la descomposición. También se ha propuesto que podría servir para devolver nutrientes a la madre o para calmar el hambre tras el parto, pero ninguna de estas hipótesis ha sido totalmente aceptada.[2]
Otra hipótesis propone que el consumo de la placenta y el líquido amniótico ayudarían a la madre a rebajar el dolor tras el parto, ya que contienen una molécula llamada POEF, Placental Opioid-Enhancing Factor, factor placentario de refuerzo opioide, que actúa como agonista de los receptores opioides, induciendo analgesia. Esta sustancia fue identificada en 1986 por el psicobiólogo Mark Kristal en la placenta de ratas, y demostró que aumenta el umbral de dolor, tanto en hembras como en machos. Posteriormente se repitió el experimento, en ratas hembra, con placenta humana y de delfín, —dos de las especies que no comen la placenta— demostrando que tienen los mismos efectos analgésicos.[3]
Las hembras de los marsupiales no desarrollan placenta, por lo que no pueden comerla, pero lamen vigorosamente los fluidos de parto cuando son excretados.[cita requerida]
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